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sábado, 27 abril 2024

El futuro incierto de la investigación del mayor campo de concentración franquista en Albatera

Están en el aire las ayudas autonómicas que han permitido financiar cuatro fructíferas campañas arqueológicas al Ayuntamiento de San Isidro

La investigación sobre el campo de concentración de Albatera, el mayor centro de reclusión franquista, con unos 15.000 presos en abril de 1939, afronta un futuro incierto tras el cambio de gobierno en la Generalitat Valenciana.

Están en el aire las ayudas autonómicas que han permitido financiar cuatro fructíferas campañas arqueológicas al Ayuntamiento de San Isidro, donde la República construyó un presidio que se transformó tras la guerra en campo de concentración para los vencidos.

“No tenemos noticias, no sabemos si va a haber presupuesto”, asegura a EFE el alcalde, Manuel Gil (PSOE). “Por lo que vemos todos los días, no es que esté muy por la labor”, señala en alusión al gobierno regional de PP y Vox.

El arqueólogo Felipe Mejías, director de la investigación en el campo de Albatera, confía en que se trate solo de un “impasse”. Recuerda que ha desaparecido la Conselleria de Calidad Democrática, que subvencionaba los trabajos de su equipo en la doble vía de recuperación de la memoria de la represión franquista y de búsqueda y exhumación de restos de víctimas, puesto que están documentados fusilamientos y muertes por hambre y enfermedad.

Más incierto que la continuidad de las prospecciones arqueológicas es el desarrollo del proyecto que Mejías y el Ayuntamiento plantean para el futuro: Comprar las dos parcelas sobre la que se asentaba el 90 % del penal (tierra agrícola salobre de escaso valor), continuar la búsqueda de restos materiales y humanos y reconstruir un barracón para convertirlo en museo.

La alternativa que explorarán para mantener sus planes es pedir financiación a la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, que encabeza desde la pasada legislatura Fernando Martínez y tiene como nueva directora general a Zoraida Hinojosa.

Un museo que cuente su historia

Mejías persevera en su propósito de profundizar en el conocimiento del campo de Albatera y crear un museo que cuente su historia. “Con esta escala y con la importancia que tuvo este, no hay nada en España”, subraya.

Construido en el verano de 1937 por el Gobierno de la II República para reprimir con trabajo forzado a presos afines al bando nacional, tenía capacidad para unos 2.000 reclusos, número que nunca se alcanzó en esa etapa.

El 1 de abril de 1939 acabó oficialmente la Guerra Civil, que tuvo en el puerto de Alicante el último reducto republicano, con unos 20.000 derrotados buscando la huida en barcos que no llegaron.

El campo de Albatera se convirtió entonces en el destino de unos 15.000 hombres que en los siete meses siguientes fueron saliendo hacia otras prisiones o sometidos a juicios o liberados. Los menos afortunados murieron víctimas de ‘sacas’ o enfermos.

A falta de registros documentales, la historia del lugar y sus protagonistas la cuentan las memorias que han dejado unos pocos presos y los objetos y evidencias materiales que los arqueólogos liderados por Mejías han ido sacando a la luz y depositando en el Museo Arqueológico de Alicante (MARQ).

Mercancías fabricadas en Berlín

A partir de una arandela de plomo, de las que han aparecido centenares, los investigadores han seguido el rastro de lonas empleadas desde la construcción del campo. Marchamos del mismo metal revelan envíos de mercancías fabricadas en Berlín (“casi con toda seguridad munición de Mauser”, afirma Mejías) o remesas de materiales de Murcia, Granada o Valencia.

Un tubo de dentífrico en la zona que ocupaban los barracones sirve para evidenciar el vuelco en las condiciones de vida de los presos del periodo republicano al franquista: “O es de la primera etapa o de algún oficial, porque cuando no tenían ni agua para beber no se iban a estar lavando los dientes”.

Un fragmento de vidrio azul de apenas tres centímetros con las letras ‘R’ y ‘T’ es una nueva prueba que ratifica los testimonios sobre las extremas condiciones de vida de los presos. “Es un trozo de botella de ‘Jarabe del Doctor Trigo’, un valenciano que en los años 20 hacía laxantes”, detalla el arqueólogo.

Los problemas estomacales causados por el hambre y la sed fueron fatales en la primavera y el verano del 39. “Muere mucha gente por perforaciones intestinales; alguno está sin hacer de vientre hasta un mes. Los testimonios de los prisioneros son todos recurrentes: Dicen que el peor tormento que tuvieron aquí fue el calor y el estreñimiento”, apunta.

La geolocalización de cada hallazgo amplía el conocimiento a base de plantear hipótesis y avanzar en su confirmación. Algunas joyas y monedas de plata se han encontrado en una misma zona “o bien porque fueron expoliadas a los prisioneros en los primeros días (y ocultadas o perdidas por los guardias) o bien porque las escondieron, porque con ellas podían pagar comida o un soborno”.

Botones, hebillas y abalorios donde acudían los familiares

Botones, hebillas, abalorios y piezas de bisutería modestas concentradas en un área entre el antiguo vallado y las vías del tren Alicante-Murcia permiten ubicar la zona a la que acudían los familiares de los presos: “Aquí hay centenares de mujeres todos los días; esa gente deja huella”.

Mejías y su equipo han catalogado miles de objetos, han constatado la acumulación de munición oficial del ejército franquista, percutida o sin usar, en el entorno de las torres de vigilancia, pero también el uso de armas no reglamentarias en las inmediaciones del campo, posiblemente en ejecuciones sin documentar. “Hay una variedad infinita, la gente dispara con lo que tiene”, afirma.

Su gran objetivo, además de convertir el campo de Albatera en un lugar de referencia para divulgar la historia de la represión de la posguerra española, es encontrar las fosas que aún esconden los cuerpos de fusilados y fallecidos.

“Los testimonios son tan abrumadores, son tan insistentes y hay tantos sobre la presencia de restos humanos aquí, que no tengo duda”, asegura mientras pisa la tierra blanquecina de San Isidro.