Parece extraño y osado decir que Macbeth es una obra absolutamente contemporánea, pero solo basta echar un vistazo a la actualidad en varios puntos del globo para comprender por qué esta obra es un clásico y un símbolo. La propuesta de la ilicitana Compañía Ferroviaria, que hemos podido ver en el Teatro Principal de Alicante, dentro de la programación del Festival de Teatro Clásico, no es sólo austera sino casi desnuda, un espacio de luces y sombras donde poder entender el profundo texto de la obra y adentrarnos en la locura criminal de la mente de Macbeth.
Unos paneles de tela son el recurso elegido para la escenografía, que sintetizan la originalmente complicada parafernalia de la obra, y al mismo tiempo sirven de pantalla para proyectar las sombras siniestras de los personajes, en un juego chinesco que tiene un toque expresionista y un cierto sabor a los montajes de Orson Welles.
La ambición de Macbeth no tiene límites, y en su locura criminal por conseguir y mantenerse en el poder, sobrepasa cualquier conducta humana tolerable. Creyéndose invencible y eterno, amparado por el designio de las Hermanas Fatídicas, unas brujas que son en el fondo las propias voces de su conciencia y de su ambición, no duda en asesinar a todo el que puede oponerse a sus deseos de conseguir el trono de una Escocia ancestral. La obra nos ha dejado algunas sentencias memorables, quizás la más famosa la que dice que “la vida es un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada”.
La propuesta de la Compañía Ferroviaria, basada en una traducción de John Sanderson, y con la dirección de Paco Macià, nos enfrenta de manera directa a los comportamientos destructivos del poder, a las estrategias de aniquilación del oponente y a la difusión del miedo como forma de control político, algo que hace a esta obra un referente perfectamente utilizable hoy en día.







El montaje mantiene la tensión y la capacidad de atrapar al espectador en este juego sangriento, aunque en algún momento se eche de menos algo más de intensidad en la interpretación. El diseño de la iluminación, protagonista en el montaje, es de Pedro Yagüe, y la música y el espacio sonoro, perfectamente ensamblados en la atmósfera de la obra, de Raúl Frutos. Mención especial para el vestuario, diseñado por Isabel del Moral.
El público disfrutó del espectáculo y aplaudió con intensidad a todos los miembros de la compañía. Casi cinco siglos después, el viejo Shakespeare, el bardo de Strafford Upon Avon, aún tiene muchas cosas que decirnos.


